TERESA Y MANOLO


Hay lenguajes que traicionan. Con la mejor intención, muchos y muchas repiten: “Ay, qué cruz nos ha mandado el Señor”, refiriéndose a una enfermedad o a una desgracia. Y no falta algo de razón en que la vida, muchas veces, muestra su rostro más oscuro.

Entonces tenemos que armarnos de grandes dosis de paciencia y de aceptación que ayudan a poner las cosas en su sitio. La cruz de Jesús es la consecuencia de aquél que amando sin límites y sin miedos, se ve repudiado, castigado, confrontado en su mansedumbre.

Es la cruz no de la resignación, sino de la entrega. Por eso, Manolo y Teresa reflejan tan bien este espíritu de Cristo con la cruz a cuesta y con la esperanza iluminando su hogar y su vida.


Manolo está tetrapléjico desde hace ocho años después de un trágico accidente con su camión; su cara refleja una serenidad y una paz increíbles, fruto  de un corazón muchísimo más grande que la silla de ruedas que es su compañera inseparable.

A su lado, siempre, Teresa, su mujer; su sonrisa, su dulzura y sus ojos transmiten generosidad y ese amor que un día sellaron “en la salud y en la enfermedad……”. La casa de Manolo y Teresa es un hervidero de vida; sus hijos se han casado y el corazón se arruga cuando el abuelo acuna en sus brazos inertes a sus dos nietos, Lois y Anxo.


Y cada vez que uno visita la casa de Teresa y Manolo sale con la convicción de que estamos amenazados de luz, de vida, de posibilidades. Hay muchos rincones de nuestra alma que se resisten a ser iluminadas para nuestra desesperación.

Pero llega la primavera con su carrito de ofertas florecidas y nuevas esperanzas. Nadie puede detenerla. Llega, y se queda, con su vestido largo de flores esmaltado y regalando perfumes originales y gratuitos. Hay primavera abundante para todos.

También en casa de Manolo y Teresa; allí, cada vez que Manolo recibe la comunión, la luz se convierte en protagonista indiscutible arañándole instancias a la noche.


No hay noche sin alba, no hay dolor sin calma, no hay ser humano sin esperanzas. Si podemos escoger la luz, que sea la auténtica, la que deslumbra, la del Resucitado.

A limpiar las madrigueras antes de que sea tarde; no sea que naufraguemos y le echemos la culpa a la noche. Manolo y Teresa me han enseñado que el “Sol que nace de lo alto” puede reducir a garabatos las sombras ocultas de la vida. Preciosa y sencilla lección. Gracias.